Primer premio de la segunda edición del Concurso de Redacción "Igualdad de género"

on jueves, 22 de marzo de 2012

Una luz mortecina entraba por la minúscula ventana de la cocina. Pese a las sombras creía ver, con perfecta nitidez, las motas de polvo. Revoloteaban de derecha a izquierda, arriba y abajo, en un baile que parecía eterno. No era consciente del tiempo que había pasado desde que se sentó frente a la mesa desnuda. No sentía el hambre, ni la sed.
Creía alimentarse con lo que sentía, respirar con su abandono. Cada sentimiento le producía, a su vez, otro de inmensa felicidad, algo bastante curioso; le hacía sentir que seguía viva, aunque no lo creyera.
Fuera comenzó a llover con fuerza.
- "Las gotas parecen tener prisa ahora"- pensó. Y luego, los truenos y relámpagos.
Resonaban por toda la casa, recorriendo cada pasillo, escalera y habitación. Paseaban libremente, curioseando su vida y sus secretos.
La madera de las vigas del techo crujía, y el agua conseguía pasar a través de ellas, formando charcos a sus pies.
Más tarde, la luz inmortalizaba la estancia. Se levantó, impotente y se llevó sus manos arrugadas a la cara.
No las recordaba así, ¿cuánto tiempo llevaba allí, para que su piel hubiera perdido todo rastro de juventud?
Consiguió llegar hasta el vestíbulo, donde el agua pasaba sin pausa bajo la puerta. Todo estaba encharcado, pero no le importó.
Se tumbó acurrucada en la esquina más cercana a la puerta, tiritando.
Esperaba algo, no sabía qué ni durante cuanto tiempo debía hacerlo. Solo sabía que debía esperar.
La puerta se abrió con un chirrido, dejando pasar una luz que parecía de otro lugar. Alguien entró con rapidez.
-Mamá, ¡¿Qué haces en el suelo?!- El cuerpo inerte no respondía.
La mujer se acercó. -¡Estás empapada, mamá! ¿Cómo se te ocurre...?
Los labios de la anciana eran completamente morados. La cogió por la cintura y consiguió ponerla en pie. La llevó hasta el baño y la sentó en el borde de la bañera. La cabeza de su madre recostada contra el pecho, los brazos caían a ambos lados del cuerpo. Intentó relajarse.
Llenó la bañera de agua tibia, le quitó la ropa y la metió con esfuerzo.
Se quedó mirándola, dos amplios huecos se abrían paso a ambos lados de su cara, los párpados rosados, el cabello gris. Parecía demasiado frágil.
Con el tiempo, el color volvió, pero no entendía por qué no despertaba.
La zarandeó con brusquedad, reprendiéndola por lo que había hecho.
En un momento de lucidez se detuvo, respirando entrecortadamente, la observó de verdad, por primera vez en tantos años.
La mujer abrió los ojos, unos ojos negros, sin fondo, sin recuerdos, sin amor.
No sabía donde estaba, ni quién era aquella loca que la miraba de aquel modo y la besaba al mismo tiempo.
Al cabo de una eternidad, cuando la extraña se hubo relajado, decidió explicarle que ella no era aquella mamá de la que hablaba.
-Usted está loca, váyase inmediatamente de mi casa. Estoy esperando a mi marido, David. Llegará en cualquier momento, y como la vea aquí, no sé de lo que es capaz. Se fue al pueblo de al lado, a traerme unas rosas rojas recién cortadas, para que las ponga en el jarrón de la cocina.
La extraña lloraba desconsoladamente.
-Mamá, pues claro que soy tu hija, ¿ya no me recuerdas? Tienes que hacerlo. Papá ya no está, se fue hace tiempo y no va a volver. Pero mamá, yo estoy aquí contigo, soy tu hija. Olvida todo lo que quieras, todos los malos recuerdos, eso está bien, pero no me olvides, no...- Dio un alarido, como de animal herido.
La anciana se  quedó mirandola.
-La juventud de hoy en día no respeta nada. Todo le parece bien, nada amoral.
Comenzó a buscar algo con la mirada, los ojos parecían salir de sus órbitas.
-¡Tobby, ven aquí, querido! Sálvame de esta condenada. ¿Y mi Tobby?- La miró- ¿Qué le has hecho? Bruja loca, ¿lo has encerrado? ¿Qué le has hecho?
-¡Mamá! Tobby no existe, murió hace años.
La madre pareció sufrir. Salió de la bañera azorada, mirando de nuevo a su alrededor.
-¿Pero no lo escuchas?- Se están riendo, Beatriz, se están riendo de mí. Dicen que estoy enferma y que ya no puedo recordar nada. Dicen lo mismo que dices tú. Están cantando, ¿puedes escucharlos?.
Beatriz permaneció en el suelo, escuchando a su madre cantar.
La miró desde abajo y no la reconoció, desnuda, atemorizada. Más tarde sufrió un mareo y cayó al suelo.
Decidió llamar a la ambulancia. Mientras esperaba, cogió a su madre, recordando las veces que de pequeña ella misma tuvo miedo y puedo encontrar consuelo entre sus brazos.
-No te preocupes-le susurró, meciéndola.- No hay por qué tener miedo. Ya ha llegado demasiado lejos, doblará la esquina y se irá.

ANA DÍAZ NAVARRO
4º ESO B 

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